Foto: Mario Llorca |
Lucía Pulido (Yopal, 1962)
Dos recuerdos cruciales atraviesan la vida de la cantante Lucía Pulido. Por un lado, la luna llena, gigante y roja de los atardeceres del Llano y, por otro, la llegada a casa de su padre, quien luego del trabajo, colgaba el sombrero en la pared y descolgaba la guitarra para cantar rajaleñas, guabinas, bambucos, joropos, cumbias y fandangos. En la década de los ochenta conformó junto a Iván Benavides un dueto muy recordado por canciones como “Alba” y “Canción para los ausentes”. Un año después de su azarosa llegada a Nueva York en 1994 grabó Lucía (Gaira, 1996), su primer disco. A este le siguieron Cantos religiosos y paganos (Intuition, 2000), la trilogía Songbook (BAU Records), Dolor de ausencia (Discos F.M, 2004), Luna menguante (Adventures Music, 2008) y Por esos caminos (Ojo de Música, 2011). Entre Nueva York y Malinalco, un pequeño pueblo localizado al sur del Estado de México, pasa los días inventando adornos hechos con cintas de colores y cartas de la lotería mexicana. A pesar del vagabundaje no olvida el sabor del sancocho de gallina criolla.
En el punto equidistante donde lo lúdico se confunde con la premeditación racional, la voz de Lucía evoca arcanos y fuerzas sobrenaturales como sucede en Arrullo de la noche honda un disco grabado en compañía del gran chelista Erik Friedlander.